1 sept 2015

El guía gris (extendido)

Relato participante en la escena 19 del Taller de Literautas (extendida a un máximo de 1000 palabras para el recopilatorio). Aquí el original.

Condiciones de la escena:
-Patio de colegio como escenario.
-Utilización de la frase: "¿Dónde están los niños?"

EL GUÍA GRIS

Conocía perfectamente aquel lugar. Había pasado cientos de horas en sus aulas, recorrido decenas de veces sus pasillos, e incluso visitado el despacho del director en alguna ocasión. Sin embargo, aquel no parecía el colegio que Alicia recordaba. Tampoco había pasado tanto tiempo. ¿O sí? Ya no estaba segura. Recordaba haber estado allí la semana pasada. ¿Y ayer? No podía recordar qué hizo ayer. Ni siquiera sabía qué día era.

 —Pareces confusa, chiquilla —oyó una voz a su espalda. Se giró sobresaltada pero no vio a nadie.
—¿Quién anda ahí?
—Un amigo —contestó la misma voz.
—¿Cómo que un amigo? ¿Dónde estás?
—Tranquilízate, ya te he dicho que soy un amigo. Hace tiempo que no tengo nombre, así que puedes llamarme así si quieres. Y sabes muy bien donde estoy —una fuerza invisible le agarró el hombro, helándole la sangre—, solo que no puedes verme. Ni a mí ni a nadie desde ayer, ¿me equivoco?

 No entendía qué estaba pasando. ¿Qué era aquello? ¿Alguien gastándole una broma? Supuso que en cualquier caso lo más educado era contestar.

 —Eso no es cierto, esta misma mañana he visto a mi madre antes de venir a clase.
—¿Seguro? ¿Recuerdas haber venido desde tu casa?
—Claro que… Espera. No, no ahora que lo dices. Ni siquiera recuerdo cómo he llegado aquí.
—No te preocupes, pronto verás todo más claro —la tranquilizó Amigo—. Es normal al principio: los recuerdos vienen y van, y el tiempo pasa de manera confusa.
—¿De qué hablas? ¿A qué día estamos?
—Viernes, 17 de septiembre de 1999. Once menos cinco, para ser exactos.
—Entonce es la hora del recreo, pero...—se detuvo al darse cuenta de lo que eso significaba. Normalmente a esa hora el patio estaba lleno de niños jugando y gritando, pero allí no había nadie—. ¿Dónde están los niños?
—¿Los niños? ¿Es lo único que echas en falta? Tampoco hay adultos, ni siquiera en la calle.

 Era cierto: no parecía haber nadie en ninguna parte. A través de la valla no se veía más que un semáforo controlando un tráfico inexistente.

 —Tú sabes qué está pasando, ¿verdad?
—Así es. Puedo mostrártelo si quieres, pero ya te advierto que no será agradable.
—No me importa.
—En ese caso acompáñame —contestó Amigo haciéndose por fin visible y mostrando a Alicia su aterrador aspecto. Ante ella se encontraba encorvada una pálida figura de más de dos metros, con una melena oscura y descontrolada que nacía en una calavera con la mandíbula destrozada. Cojeaba arrastrando los pies y balanceando unos finos brazos que acababan en afiladas garras. A pesar de todo, lo más impactante de su aspecto era una total falta de simetría, que se hacía más evidente con lo que parecían los restos de un ala y unas cadenas colgando de su hombro derecho.

 —No tengas miedo, si quisiera hacerte daño ya lo habría hecho. Solo quiero ayudarte —dijo con suavidad al ver el miedo en los ojos de Alicia, que tras debatirse entre el terror que le inspiraba aquella criatura y la curiosidad, finalmente logró armarse de valor para seguir sus pasos. Cruzaron el campo de fútbol y el porche y se adentraron en el jardín.

 —¿Estás preparada?
—Sí —asintió Alicia fingiendo más confianza de la que realmente tenía.
—No es cierto, nadie lo está nunca. Pero no importa. Necesito que me traigas unas rosas, ¿crees que podrás hacerlo?
—Claro.

 Se suponía que los alumnos no podían entrar en el jardín, pero lo cierto era que lo único que separaba el patio y el jardín era una barra a la altura de la cintura, por lo que todos los niños se habían colado alguna vez a recuperar un balón o para hacer trampas jugando al escondite. Así que ya sabía perfectamente donde tenía que buscar las rosas. Se encaminó decidida hacia el centro preguntándose qué tendrían que ver las rosas con todo aquello y de pronto se dio cuenta. No podía reconocer las rosas. Todas las flores parecían iguales. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta antes? Por eso el colegio se veía diferente aquella mañana.

 —¿Por qué veo todo en blanco y negro? —se volvió con la respiración entrecortada.
—Porque aquí no hay más colores.
—¿Aquí?
—En el plano espectral. El mundo de los muertos, si así lo entiendes mejor.
—¿Estoy muerta? —preguntó mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas—. No puedo estar muerta, no… ¡No!
—Lo siento. Lo siento mucho, de verdad. Estas cosas no deberían suceder. Ayer derrochabas vitalidad… La misma vitalidad que te llevó a balancearte en el larguero de la portería. Ojala pudiera haberlo evitado.

 Aquello hizo que Alicia recordara todo. Solía balancearse en la valla del jardín, era divertido, pero ya no suponía el mismo reto que antes. Por eso lo intentó con la portería. Recordaba lo bien que se sintió al notar el suelo tan lejos mientras ganaba impulso, los ánimos de sus amigas, el pelo colgándole… Y el grito de su profesora, y como resbaló al oírlo, el suelo acercándose rápidamente… Y el dolor. El recuerdo de un latigazo recorriéndole el lateral del cuello fue tan intenso que casi pudo volver a sentirlo. Se había partido el cuello al caer. Aquello fue lo último que sintió con vida. Una vida que había acabado demasiado pronto, a la que aún le quedaban otras muchas cosas por sentir, pero que tras solo ocho años se había encontrado con la muerte. De hecho, se había encontrado con La Muerte.

 —Pero entonces, tú eres…
—¡Oh, no! No… Solo un alma cualquiera. Mi aspecto no es más que el reflejo de las atrocidades que cometí en vida en este mismo colegio —confesó—. Guío a las almas que acaban de llegar en un intento de compensar lo que hice. La humanidad que aún desprendéis los recién llegados me hace recordar lo bueno que una vez hubo en mí. Quédate conmigo y te enseñaré a percibir el mundo de los vivos, y con suerte a comunicarte con ellos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario