16 nov 2014

Mitosis

Relato participante en la escena 20 del Taller de Literautas.

Condiciones de la escena:
-Género: Terror

MITOSIS

Apenas llevaría una hora durmiendo cuando un ruido me despertó. Lo primero que pasó por mi cabeza fue que alguien habría entrado en casa, pero al incorporarme recordé que aquella noche no estaba solo; de hecho ni siquiera estaba en mi casa. El padre de Eva tenía una reunión en el extranjero y habíamos aprovechado la ocasión para pasar la noche juntos. Al incorporarme vi como la luz del baño se proyectaba sobre la pared del pasillo y fui a ver qué había pasado.

Eva estaba temblando frente al espejo, con los ojos empapados en lágrimas y susurrando algo que no podía entender mientras se palpaba la cicatriz que solía ocultar con el pelo. A sus pies estaban los restos del frasco que había provocado el ruido.

—Eva, ¿estás bien?
—¿No la ves? —me preguntó con un hilo de voz sin atreverse a despegar la mirada del espejo.
—Claro que sí, igual de bonita que siempre —contesté refiriéndome a la cicatriz que adornaba su sien izquierda. Según tenía entendido se la hizo durante el parto, que estuvo lleno de complicaciones y le costó la vida a su madre—. Me encanta como repite la forma de tu oreja.
—No, no hablo de la cicatriz. ¿Es que de verdad no puedes verla?
—¿A quién?
—¡A Isabel! —gritó inclinándose sobre el lavabo y permitiéndome ver como su reflejo se mantenía erguido devolviéndome la mirada con una sonrisa aterradora.
—¡Tu reflejo! ¡No se ha movido!

Petrificado, observe como el reflejo se llevaba la mano a la sien y a continuación comenzaba a dibujar con el dedo empapado en sangre sobre el cristal: “Déjame nacer”.

—¡Eva! ¡Eva! ¿Qué está pasando? ¿Quién es Isabel?
—Es mi hermana —comenzó a explicar mientras salíamos corriendo del baño—. Teníamos que haber nacido juntas, pero...

Mientras recorríamos el pasillo la luz se apagó y oímos unos pasos sin dueño aproximarse a gran velocidad. Antes de poder reaccionar noté como algo me lanzaba por los aires contra la pared, separando mi mano de la de Eva mientras un grito desgarraba el aire. Traté de volver junto a ella con todas mis fuerzas, pero una presión me aplastaba contra el suelo, obligándome a oír los gritos cada vez más agudos y desesperados de Eva, que luchaba por no ser arrastrada de nuevo al baño.

Con la cabeza aplastada contra el suelo aún podía ver el espejo tras la puerta del baño. Isabel había empezado a golpearlo desde dentro y con cada sacudida su imagen se alternaba con la del cadáver de un bebé de piel grisácea con el cráneo deformado. Finalmente, una última sacudida logró abrir una brecha en el cristal y en ese mismo instante la puerta se cerró atrapando a Eva.

—¡No fue culpa mía! ¡No fue culpa mía! —se lograba oír entre forcejeos y el sonido de cristales quebrándose.

De pronto cesaron los gritos, volvieron las luces y la fuerza que me retenía se debilitó hasta desaparecer. Rápidamente me incorporé y corrí hasta el baño. Las paredes estaban llenas de sangre y había restos del espejo por todas partes y, tendida en el suelo, estaba Eva. Tenía cortes por todo el cuerpo y la sangre teñía su piel, pero estaba consciente.

—Tranquila, ya ha pasado todo —traté de calmarla con una caricia y entonces noté su cicatriz... Sobre la oreja derecha.

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